jueves, 22 de septiembre de 2011

Una tiza y una pizarra


A sus 80 años, como cada noche, se puede ver a María encender las luces de la vieja escuela y subir hacia la clase en la que ha visto pasar cienes de jóvenes caras. Deja su chaqueta en la percha reservada para el profesor, se siente importante y resuelta, hay mentes que abrir y moldear. Feliz dentro de su pequeño mundo hecho de recuerdos.

De repente todo se hace más visible, sus zapatos recorren la clase de fila en fila y observa cómo las miradas persiguen su presencia cuando anda, esperando a que se de la vuelta para hacer alguna travesura. De vez en cuando lanza alguna mirada inquisidora, le gusta que sus alumnos estén atentos a las explicaciones.

La luz del sol entra por la ventana e ilumina la pizarra donde tan esmeradamente ella ha plasmado el esquema de la clase de historia de esa mañana.
Se siente más liviana y más joven, ha recuperado su figura y las ondas de su pelo.

- Miguel... ¿cuántas veces te tengo que decir que te estés quieto en tu sitio?, y tú qué Pablo, ¿a reirle las gracias? -
- Vamos a ver chicos, centraos, que ya queda poco para que acabe la clase y la historia del Cid es muy interesante. ¿Nunca habéis leído un libro y habéis deseado convertiros en su protagonista? ¿Ser como el Quijote y vivir mil aventuras con Sancho? -
- Como deberes quiero que en casa escribáis sobre un héroe histórico que os guste, que me digáis quién era, cuándo y dónde vivió y qué fue lo que le hizo pasar a la historia – se ríe para sus adentros- No me valen superhéroes Carlitos, que ya sé que te gustan mucho, pero tienen que haber existido de verdad.

Suena el timbre y comienza el revuelo

- Bueno, entonces hasta el lunes, que paséis un buen fin de semana.
- Hasta el lunes señorita – se oye a coro.

Allí, sentada encima de la mesa del profesor, María se queda un rato mirando los pupitres vacíos, que para ella están tan llenos de vida. No puede evitar repasar los nombres uno por uno, anotar en su cuaderno quién se ha portado bien y quién ha estado más inquieto ese día. Mientras escucha la radio, hay una canción que le invita a mover de un lado a otro el lápiz.
Ser profesora era lo que siempre había deseado en la vida y lo que más había disfrutado.

Pasado un rato se da cuenta de que no está sola, ahí está Adolfo, mirándola desde la puerta.

- Cada día eres más bonita- le dice mirándola a los ojos.
- Y tú cada día eres más zalamero.
- ¿Serías tan amable de concederle un baile a este impresentable que nunca te regala una flor?

Se levanta y le coloca la camisa, él la toma de la mano y con una reverencia la atrae hacia sí y le agarra la cintura. Ella apoya la cabeza en el hombro de su compañero de baile y disfruta del momento, un momento que se repite cada noche desde hace mucho tiempo.
Todo se desvanece, la luz se hace más pobre, más blanca, más carente de vida. María se restriega los ojos y trata de ubicarse durante unos segundos. Hace frío.

Toma su abrigo, desciende la escalera, apaga la luz y cierra la puerta. Atrás quedan una tiza y una pizarra que la esperan fieles hasta la próxima noche.

1 comentario:

  1. Guau!
    Mola muchisimo. Quizá yo le hubiese dado un poco de descripción física de los personajes, pero es tu relato, jeje. Suspensión de la realidad para contar sentimientos: ME ENCANTA!!

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